Por nuestro local pasan gentes de lo más variopintas. Tenemos
esa suerte: la de entablar conversaciones que despliegan un gran abanico, lo
que nos enriquece y nos enorgullece. Es un dar y recibir continuo. Estos días
nos visitaban unos británicos muy simpáticos que nos preguntaban qué era
exactamente el cocido castellano. Fuimos breves, concisos. Pero luego uno le da
vueltas…
¿Qué es un cocido? ¿Sólo un puñado de garbanzos dejados en
remojo la noche anterior, un morcillo, un hueso de caña, un poco de pollo, unos
huesos de espinazo, un trozo de jamón añejo? ¿Chorizo, morcilla, berza,
verduras de la huerta berlanguesa… ? Un cocido es mucho más que eso.
Un cocido es paciencia, un cocido es prudencia, es una danza
de sabores que en conjunto produzcan regocijo. Porque quien pide un cocido pide
más que una sopa castellana y unos garbanzos con carne y verduras. Pide
reconfortar el cuerpo de las bajas temperaturas castellanas para reconfortar el
alma.
Un cocido bien hecho, hecho con mimo, a fuego lento, con el
ingrediente mágico que le confiere hacerlo a sabiendas del efecto al paladar
pero sobre todo del efecto casi maternal que produce al comerlo, es tocar el
cielo. Es retrotraer al comensal a la infancia en familia, a la mesa bien
puesta, al calor de una chimenea, a las conversaciones cara a cara sin móviles
ni televisión que nos descentre de lo verdaderamente importante: el calor
humano alrededor de una mesa.
Eso intentamos cada miércoles, que este plato tan
tradicional, sin duda el plato estrella de la gastronomía española, remueva
fibras, remueva emociones, para que vuelvas aquí, para que vuelvas a ti.
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